4.8.12

Perfección.

Entre tus dedos se escapaban mis rizos y entre mis brazos se escapaba tu cuerpo. Las sonrisas no se escapaban, se enfrentaban y los ojos se desafiaban. Las caricias empezaban en la planta de tus pies y acababan en mis hombros mientras yo contaba con toda rigurosidad la cantidad de lunares que cada día tenía el placer de tocar y morder. La perfección nunca había entrado en esa cama en la que las sábanas se encontraban arrugadas y la almohada era un voyeur que estorbaba en cualquier movimiento. No existía aire en aquel cubo, sólo orgasmos y pasión condensada, alimento perfecto para una cita clandestina. Tus dedos tocaban mi ombligo simulando el único ritmo que las cuerdas de tu guitarra podían sentir:  abajo abajo-arriba arriba-abajo. La melodía eran nuestros cuerpos en contacto y el sonido de una noche con nubes.
Allí nadie era perfecto, ni si quiera mis ojos miel, mis pestañas inquietas y mis labios con sabor a champagne.

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