25.8.12

Adicta.

Si no invertía mi tiempo libre en mantenerme ociosa todo se tornaba negro. Pensaba en la tristeza, en diluirme, en llorar hasta quedarme sin sangre y en la cantidad de hielo que podía caber en un vaso lleno de ron. Era una adicta de la felicidad, de no tener ni un segundo en blanco en mi vida, de correr hasta alcanzar una arritmia que mi hiciera volar. El problema es que muchos de mis días estaban más vacíos que esos hielos que iban a llenar el vaso de ron.
Los dioses no existen. Sólo existe mi búsqueda obsesiva de la invisible felicidad.

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