31.10.11

Sofá rojo.

Sugeriste que consiguiera una cama grande o un sofá rojo para los tres. Me hice la tonta y esquivé la sugerencia preguntándote que por qué un sofá y por qué exactamente rojo; aunque terminé volviendo a la premisa principal y te dije que vosotros dos, hombres formales, deberíais tener una cama grande.
Te encantaba que me hiciera la tonta. Que fuera una niña de veinte años dulce y sensual, la mezcla perfecta para una noche perfecta en un sofá rojo, una cama grande o una cama pequeña. Daba igual. Te gustaba que fuera directa y discreta.
Jamás imaginé que conseguirías un sofá rojo, porque, aunque fuéramos tres, la idea era sólo tuya. Llegué aquel lugar con los ojos vendados y susurros sensuales que me hacían obviar el ruido de la calle. Nos paramos. Una puerta se abrió y se cerró en cuestión de ocho segundos. El ambiente era cálido y allí, aún con los ojos tapados, sabía que estábamos los tres.
Me quitaste el pañuelo que me impedía ver. No de cualquier forma. Tus manos habían entrado dentro de mi camiseta y subían hasta al cuello acariciando hasta el último lunar.
Cuando pude ver estaba en una habitación cuadrada de paredes negras, velas blancas por todo el suelo, un sofá rojo y nosotros tres.
En seguida él se levantó y empezó a besarme de una manera brutal. Como si no existiera el mundo que estaba sobre nuestras cabezas. Me giraste bruscamente y mi boca probó tus labios. Mientras, él acariciaba todo mi cuerpo como nadie nunca lo había hecho. Tú seguías besándome. Te encantaba.
Me quitasteis la ropa con sutileza y pasión. Os quité la ropa con calma y con ganas, con muchas ganas.
Aquella noche, en ese sofá rojo hice una de mis grandes locuras que a día de hoy recuerdo con ganas de que vuelva a pasar. Nos follamos con ganas. Jadeamos sin aliento y compartíamos miradas. Los besos eran una delicia, por parte de ambos. Aquella noche disfruté como nunca. Mi cintura no paraba de moverse, vuestros labios no conseguían estar pegados.
En aquel sofá rojo follamos a cambio de un favor que volvería a hacer.
Me encanta el color rojo.

28.10.11

Columpio.

Siempre quise tocar el cielo. Con mis dedos, con mis pies, con la lengua... me daba igual, pero desde niña siempre quise sentir que pertenecía a él. Tal vez por este motivo corría a los columpios, en vez de al tobogán, y me impulsaba con una fuerza superior a una niña de cinco años, algo así como a un potencia de infinito al cuadrado.
Tengo veinte años y he corrido para conquistar un columpio. Me he impulsado hasta casi tocar el cielo con mis pestañas manchadas de rimel. Era una liberación que ya había olvidado. Mientras el viento movía insistentemente mis rizos he cantado "Copenhague" de Vetusta Morla como si no existiera un mañana.
Siempre quise no crecer. Siempre quise tener mi propio columpio.

17.10.11

Primera vez.

Puedes imaginar mil cosas de mil maneras, pero cuando verdaderamente llega el momento siempre es diferente a las mil cosas que habías imaginado antes. 
Siempre hay una primera vez para todo ¿no? Hasta para las realizaciones verosímiles de tu imaginación. La vida tiene cosas buenas.
¡Quiero palomitas, ya!

16.10.11

Colorear.

Acepto toda decisión que tenga que ver contigo para no perderte. Tal vez algún día explote y te pierda, tal vez no. Quiero ser perfecta para ti aunque tú no eres perfecto para mí.
El amor es complicado. Podría asemejarse a colorear una serie de letras sin salirse de las líneas. Hoy he estado coloreando una oración: el amor es difícil. Me he salido hasta en el puntito de la "i". Siempre se me ha dado mal colorear, aunque en el amor intento ser la mejor. Tal vez me apunte a clases particulares de colorear, ¿existen?
Quiero decir, ¿existe el amor?

14.10.11

Azúcar.

-¿Qué piensas?
-Nada... -sonríe.
-Te conozco desde hace un par de años... sé que piensas algo.
-Pensaba en encontrar un frasquito de cristal con un líquido rosa, o azul o verde...
Él la miraba extrañado.
-No entiendo por dónde vas... -decía escondiedo una sonrisa.
-¡Sí! Que ese líquido nos hiciera jóvenes eternamente y que jamás dejáramos de sonreír... juntos... Es una bobada lo sé, pero no sé... lo pienso desde que era niña, lo único que ahora soy capaz de poner cara al otro protagonista -sonrió.
Ninguno de los dos estaba acostumbrado a las cosas bonitas con exceso de azúcar (aunque ella untaba en el azucarero su dedo índice. Siempre en secreto).